lunes, 23 de abril de 2012

Antropología: una mirada al ser humano



Amo y esclavo



Desde tiempos ancestrales hemos querido dominar como grupo mayor a otro considerado ‘de baja clase’ o menor en algunos de sus valores o comportamientos. La lucha de clases siempre ha existido, ya lo afirmaba Aristóteles en su mito del hombre y el esclavo, donde el hombre puede crearse por medio del animal que fue mediante la lucha. Esta lucha de prestigio debería concluir con la muerte de uno de los dos adversarios, pero para que la historia continúe y alguien los reconozca, es preciso que ambos sobrevivan, que algo los detenga un segundo antes de la muerte, y el esclavo renuncie a su deseo sometiéndose a los deseos del otro. De esta forma, el esclavo reconoce al amo como tal y se hace reconocer por él como esclavo (aquí subyace la idea que el esclavo prefiere ser esclavo). 

Después de este primer enfrentamiento, el amo le impone al esclavo un trabajo  servil al que éste se somete voluntario. El amo (como animal y natural) satisface su deseo consumiendo lo que el esclavo ha producido con su trabajo. Esto produce una transformación en el amo que le va a permitir vivir como gozador, dejando de ser animal: ha realizado su humanidad como consumidor, sufriendo pasivamente la Historia sin crearla, incorporándose al rol de consumidor. 

El amo solo evolucionará exteriormente, ya que fiel a su principio de identidad, permanecerá en su condición esencial, obstinándose en su identidad consigo mismo. En cambio, el esclavo podrá evolucionar voluntaria y activamente (humanamente), aunque querrá dejar de ser lo que es. Sólo él podrá querer negar y superar su esclavitud. Por tanto, el destino del esclavo –según Hegel, filósofo alemán y revolucionario de la dialéctica– es promisorio, podrá ir trabajando y perfeccionando su liberación, hasta crear el Ciudadano Libre del Estado Universal Homogéneo, o lo que éste era el Imperio Napoleónico.

Lo que hemos visto, en resumen, es la necesidad de dejar al esclavo con vida para destruir su autonomía y someterlo a los deseos de alguien “superior”, el amo, donde éste representaría la conciencia autónoma o ser-para-sí y el esclavo el ser-dado, o dicho de otra forma, el que obtiene un reconocimiento sin valor, pues no es un hombre reconocido por otro: ha erado el camino. Esta visión social y humana de los roles de poder ha facilitado la inclusión de la antropología como de gran poder comunitario para todos nosotros, ya que fue el colonialismo quien ayudó a esta rama de la ciencia social y no al revés. 


Las palabras

Con las palabras queremos controlar, superficializar la idea clara y distinta de los cuerpos – un guiño a Descartes –, formas, contenidos, olores y otras pulsiones difíciles de “explicar”, como la seguridad, el amor, el sexo, el género, etc. Creamos términos que no sabemos qué significan y nos obligamos a autorizarlos e institucionalizarlos para que se convierta en un lenguaje de masas. Lo que muchos no saben, es que las cosas son, sin más. El tiempo no existe, se inventó, y sin embargo no dejamos de preocuparnos por la hora que es a la hora de ir a comer – una nimiedad total-, nos preocupamos por entablillar todo y cada uno de los ramilletes temporales libres que tenemos para encajarlos, para no preocuparnos, para no sentir que “no somos”, para evidenciar un silencio reconvertido en harmonía social, pero que sin embargo, nos aleja de la condición humana por la que estamos aquí, que es compartir y no imponer, no rivalizar, ni ordenar o encajarlo todo.

Todo está debidamente ordenado en la naturaleza, no necesitamos que nadie la controle, pero sin embargo, creamos palabras para definir lo que es este orden y dotarlo de sentido, para luego talar árboles y no sentir lástima por ello. 

Eso es exactamente lo que hace el amo con el esclavo, inventarse una orden, imponerla, y consumirla. Justo lo que hacen la mayoría de políticos hoy en día – por no decir que es su leit motiv al exponerse públicamente a todos nosotros-, banqueros, o nosotros mismos. Hemos aprendido a imponer para que no nos impongan. Como el lobo que sale de su hábitat y sale a cazar para volver a su guarida algo más tarde. Ahora no matamos a nadie pero imponemos nuestra cultura, equiparando la violencia física a la violencia social entre grupos, lo que hoy llamamos Etnocentrismo entre culturas, ya sea de ámbito religioso, lingüístico, racial, político u invertido – pensar que la propia cultura es inferior a las demás obstaculizando su prosperidad o desarrollo personal, también llamado xenocentrismo-. Como concepto, es la tendencia a aplicar los propios valores culturales de referencia para juzgar el comportamiento y las creencias de personas criadas en otra cultura. El eurocentrismo, un tipo de etnocentrismo basado en que Europa es el centro de todo, históricamente y culturalmente,  es un ejemplo específico de este engranaje social.

Jordi Grau, antropólogo y profesor del Máster de Periodismo de Viajes en la UAB cuenta que de Javier Hurtado, un andino ecuatoriano para el que no existe el concepto de desarrollo, elimina los pertinentes “pasados” y “futuros” de su existencia. De esta forma, para ellos el subdesarrollo no tiene sentido para crecer como personas, puesto que mimetiza unos bienes materiales los cuales no son entendidos como propios de la cultura, sino que se definen como seres inmateriales. Se sienten “grandes”.


Grandes mentiras

¿Por qué nos creamos barreras internas entre nosotros mismos, si compartimos el 98% de información genética con el chimpancé, 85% con el pez zebra y 36% con la mosca de la fruta? Somos seres naturales que hemos desprestigiado nuestro valor en este mundo, nos hemos sentido más importantes que el resto durante mucho tiempo. ¿Por qué Dios tiene, en muchas culturas, forma humana y es un hombre? ¿Por qué si cambiamos la palabra Dios por Vida tendría el mismo sentido?
No hemos entendido nada de nuestro proceso como personas, sólo entendemos que debemos pagar una hipoteca a 40 años convertidos nuevamente en esclavos, pero no le vemos el auténtico sentido de harmonía a nuestra naturaleza, no aplicamos convenientemente las cosmovisiones del mundo, es decir, no sabemos evaluar ni reconocer correctamente las figuras  generales del mundo a partir de las cuales interpretamos nuestra propia naturaleza y la de todo lo existente en el mundo.

Los estereotipos, esas imágenes trilladas, con pocos detalles acerca de un grupo de gente que comparte cualidades, características y habilidades, limitan la creatividad y sólo pueden ser cambiadas mediante el razonamiento personal sobre ese tema. Por este motivo, es más fácil retroalimentar un estereotipo que cambiarlo, ya que supone más esfuerzo mental crear un concepto nuevo distinto del que habíamos evaluado, hipotetizado y sintetizado anteriormente. No obstante, es en la contraposición donde muere el estereotipo.
“Negro: persona que roba, inferior a nosotros, huele mal y que viene a nuestro país ilegal y sólo por la nacionalidad, para no trabajar” sería un buen ejemplo de ello.
Si ya no sabemos ver el mundo tal y como es, a lo mejor deberíamos echar un cortafuegos a nuestra televisión, pasando el filtro de la humanidad, para degustar con gracia y pomposidad qué contenidos, reflejo de la sociedad, pasarían el examen. Seguramente ninguno. Todos aniquilados. Con excepción de los documentales de la 2, religión hipócrita que llama a una redefinición de nuestro concepto como seres humanos. ¿Algún día podremos ver más allá de esa punta del iceberg de nuestra cultura – constructo que incluye conocimiento, creencia, arte, ley, moral, costumbres y otras capacidades o hábitos adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad- sin ningún tipo de control, sin palabras? Ojalá el deshielo sea perspicaz en fundirse para gozar del cambio y la esencia de todo lo que nos rodea en todo su esplendor.


¡Oh, Pompeya, destrúyete sepultada por varias capas de ceniza, piedra volcánica y lava!

Plinio el Joven, que presenció el horror desde la bahía de Nápoles escribió:
“La mayoría rogaban a los dioses. Sin embargo otros decían que ya no había dioses; la última noche en la tierra había sumergido el mundo en una oscuridad eterna".

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